domingo, 3 de diciembre de 2017

Arms and armour



Bibliografía: “ARMS AND ARMOUR”. An Antiquity and the Middle Ages: Also a descriptive notice of modern weapons. Translated from the French of M. Lacombe, and with a preface, notes, and one additional chapter on Arms and Armour in England, by Charles Boutell, M.A., author of “English Heraldry”. New York: D. Appleton & Co., 1870. La encuadernación de época lleva grabado en su tapa de tela roja un círculo dorado con la leyenda “Library of Wonders”, y dos figuras mitológicas que posadas sobre columnas contemplan un globo terráqueo. La importancia del trabajo publicado en París en 1868, motivó su traducción y edición en lengua inglesa, a la que el traductor adicionó un capítulo sobre Armas y Armaduras en Inglaterra. Los capítulos de la obra original, a los que nos ceñiremos en nuestro brevísimo comentario y epítome comprende: armas en la Edad de Piedra; armas y armaduras en la Edad de Bronce, asirios, galos y griegos de los tiempos heroicos; armas y armaduras de los persas, griegos de los tiempos históricos y etruscos; armas y armaduras de los romanos; la decoración de las armas y armaduras en los tiempos antiguos; armas y armaduras de las tribus salvajes y francos; armas y armaduras de la Edad Media; armas y armaduras en la transición de los siglos XVI y XVII; así como un capítulo dedicado a la artillería y armas de fuego individuales, de puño y largas. En cuanto a Mr. Charles Boutell, señalaremos como curiosidad, que abandona más de una vez su papel de traductor, señalando en el texto original ausencias u omisiones del autor.



Los investigadores están contestes y Lacombe no constituye la excepción, en que la aparición de las primeras armas en tiempos pretéritos, tuvo lugar cuando el hombre primitivo tomó conciencia de la necesidad de fortalecer su brazo, ante el peligro que representaban las fieras que lo asechaban, y el originado por sus propios congéneres con capacidad de hostilizarlo.
Los primeros cuchillos, hachas y puntas de lanza o flechas fueron elaborados en piedra, optando por el silex, la más dura de las que estuvieron a su alcance. Más tarde en tiempos que el autor llama post – diluvianos incorporarían huesos, astas de animales y maderas, desarrollando una cierta artesanía en el labrado de las piezas, de la que cita como ejemplos “el hacha del dolmen” modelada en forma de huevo aplanado, cuidadosamente pulida y provista de bellas curvas, así como flechas con barbas no exentas de un toque de delicadeza. Las edades en que dividimos el tiempo no fueron compartimentos estancos, razón por la cual armas y utensilios de piedra, continuaron en uso durante la primera fase del periodo del bronce.


Lacombe describe a la espada de los asirios como poco más larga que una daga, de hoja recta y ancha con doble filo y punta. Si bien su empuñadura presentaba un pomo elaborado, este carecía de guarnición o defensa y la vaina solía ostentar en su decoración figuras de animales. Contaron también entre sus armas ofensivas con un arco de pequeñas dimensiones, que cargaban a su espalda junto al “quiver” o carcaj. Usaron adicionalmente la maza y una lanza apta para blandir o arrojar, similar a la jabalina de los griegos, cuya punta era oblonga, es decir más larga que ancha.


La espada de los galos, conforme a los ejemplares que el autor dice haber visto en el Museo de la Artillería de París, era de bronce, larga, con hoja de doble filo y punta afilada. Su contorno de líneas curvas la asemejaban en su aspecto a una hoja de salvia.*) La empuñadura era de madera y se fijaba a la espiga mediante remaches, aunque en otro diseño al que el autor asigna dudosa fortaleza y confiabilidad, el puño era cilíndrico. Su reemplazo por la espada de hierro en tiempo y ocasión de su enfrentamiento con los romanos, devino en absoluto desastre debido a su incompetencia en el templado de las hojas, lo que motivó que se quebraran al primer choque. También utilizaron hachas en variados modelos y solían fijar en ramas de árbol, el cubo contenido en la cabeza u hoja de las mismas, de tal forma que al crecer aquellas, se producía una fuerte unión o amalgama entre materiales de tan distinta naturaleza.


Señala el autor que entre los griegos fueron sus principales armas, la espada y la jabalina. En los relatos homéricos, fue esta última la primera a la que se apelaba en el combate y solo recurrían a la espada cuando aquella quedaba inutilizada o era extraviada en la batalla. Era larga y de considerable peso, por lo que solo podría arrojarse como misil a corta distancia. Su hoja era ancha, larga y sin barbas, con el astil labrado en madera de fresno. Homero en su relato, dice que el asta de la lanza de Aquiles procedía de un árbol de esa especie, que había crecido en Pelión. Describe también a la espada griega como larga, cortante y de doble filo, por lo que concluye que su hoja debió también ser recta y apta para ser usada como arma de corte y de punta.


 Describe Lacombe con detenimiento el armamento de los griegos en tiempos históricos, conforme a las fuerzas que integraban y a la consiguiente división de los combatientes en hoplitas, “peltastes” y jinetes. Señala que el hoplita era quién portaba el equipo más completo y pesado, actuando dentro de su unidad de combate que fue la falange y nunca en forma individual. El número de integrantes de esta unidad no permaneció uniforme en el tiempo y varió de doscientos a cinco mil hombres durante las guerras persas, llegando a dieciséis mil cuando debieron enfrentar a los romanos, pero su táctica y forma de combate permanecieron siempre uniformes. Formaban en filas de dieciséis hombres de fondo, en contacto yelmos y escudos unos con otros, sin brindar resquicio por donde pudiese penetrar el enemigo. Así, en filas compactas y cohesionadas, enarbolaban sus largas lanzas, cuya longitud varió entre treinta y uno y treinta y cuatro pies y cuyo nombre primigenio “sarissa”, procedía de la misma Macedonia. La espada de los griegos dice era larga comparada con la de los romanos, aunque más corta en relación con las que se usarían en la Edad Media. Su hoja era recta, con doble filo y punta, asemejándose también por su diseño a la hoja de salvia. Clavos y remaches fijaban la espiga con la empuñadura y la vaina era de metal, oblonga y rematada con un botón en el extremo inferior a modo de contera o regatón. Completaba su equipo una túnica de cuero en lugar de coraza, con yelmo, escudo y defensas de cobre para las piernas.
Los peltastes portaban una jabalina o dardo conocido como “pelta” del que deriva su nombre y utilizada por estos como misil. El asta presentaba en la mitad de su largo un revestimiento de cuero para alojar dos dedos de la mano, lo que permitía imprimirle mayor impulso al arrojarla. La caballería por su parte estaba armada con larga lanza y espada, vistiendo además una coraza de cuero para pecho y espalda hecha a la medida. Todos portaron también el “parazonium” o compañero del cinturón, una corta daga de hoja triangular o romboidal, semejante a la que usaban los jefes romanos y que en contraposición con la espada se llevaba en el lado izquierdo de la cintura.
Dice Lacombe que pocos ejemplares de las armas de los etruscos (aliados de los griegos), se conservan en los museos. Su coraza era gruesa y doble en el pecho, portando asimismo daga y escudo. Utilizaban dos tipos de yelmo, el primero amplio y por tanto de calce profundo y el segundo de forma cónica con dos alas de extravagantes proporciones en el frente.

Armas Romanas – 1. Espada – 2.Yelmo antiguo
3. Yelmo moderno – 4. Parazonium y su vaina

Las fuerzas romanas descritas por el autor comprendían a los “equites” o caballería, los legionarios y los “velites” o infantería liviana. La coraza de los legionarios consistía en dos placas metálicas para pecho y espalda, escamadas para los rangos jerárquicos. Señala el autor que la columna de Trajano en Roma, muestra dos tipos de escudos portados por los romanos. El primero de ellos elongado, convexo y compuesto por dos laminas unidas en sus extremos, con una barra destinada a fortalecerlo y decorado con el emblema de la legión o con el rayo que el dios romano Júpiter empuña en su diestra. El segundo oblongo, oval y menos convexo, fue usado por la caballería y los velites, consistiendo su ornamentación en una rama de vid entretejida en un asta. Más adelante abandonarían los romanos estos escudos así como la corta espada que los caracterizó en su trayectoria, por una más larga y de un solo filo, al estilo de los pueblos barbaros que conquistaron. Entre sus armas ofensivas debe mencionarse en primer lugar al “pilum”, la más formidable lanza que subyugó al mundo en opinión de Montesquieu. El historiador griego Polibio 1) la describe con detalle provista de una ancha hoja de hierro de unas diecinueve pulgadas de largo, rematada en un cubo donde se insertaba el asta, la que se estrechaba hacia el extremo inferior. Sin embargo no debió permanecer uniforme en su diseño, ya que otros estudiosos la describen estilizada, con solo un ensanchamiento en la parte media del astil que permitía asirla férreamente para blandirla o arrojarla; y para otros rematando su hoja en un cubo esférico. La punta de la hoja poseía aletas o barbas, de tal forma que si quedaba trabada al atravesar un escudo, quedara inutilizada para el enemigo como arma ofensiva, impidiéndole también maniobrar exitosamente con aquél como arma defensiva.

Armas Romanas – Dos variedades de pilum

Si bien Pirro 2) venció a los romanos a un muy alto costo, fue vencido finalmente por estos en Sicilia y debió retirarse de la península itálica sin lograr fundar un estado heleno. Cien años más tarde fueron los romanos quienes invadieron Grecia, sometiendo a los reyes de Macedonia. Polibio 3) intentó explicar las causas de esta derrota, señalando que la falange como formación militar era inexpugnable aun frente a la legión romana, siempre que la batalla se diese en el tiempo y en el lugar indicado, que debía ser un terreno plano, sin pantanos, ni fosos que permitiesen una fractura de la formación en su marcha hacia el frente de batalla. Se sumó a las causas de la derrota, la estrategia romana que consistía en no presentar todas sus fuerzas en el primer choque, sino en mantener tropas de reserva que solo entraban en acción cuando el enemigo ofrecía una grieta donde ser penetrado. Por otra parte dice el autor que el legionario, maniobrando en un corto espacio de tres pies cuadrados, era capaz de obrar en todas direcciones, con su corta espada, recta y de doble filo provista de aguda punta, cuyo puño remataba en un pomo con forma de cabeza de león o de águila, siempre dispuesto a actuar bravíamente cualquiera fuesen las contingencias que debiera afrontar.


Describe Lacombe a los francos bajo Clodoveo (481 D.C.), vistiendo una túnica de lino y combatiendo sin coraza, ni cota de malla o yelmo, con solo un escudo como arma defensiva. Este era de forma circular u oval con una corcova o centro metálico de hierro, remachado el reborde del mismo por la parte interior. Tres barras de hierro lo atravesaban por el centro, extendiéndose hacia los bordes con la intención de reforzar toda la superficie. Sus armas ofensivas fueron el hacha o francisca que observó variadas formas. La cabeza de la misma podía ser larga y estrecha, corva en su cara exterior y vaciada en el interior, así como otras fueron pequeñas y alargadas. La lanza o “frámea”, podía presentar diferentes diseños Las hubo largas, cortas, con punta rematada en un cubo, triangulares, en forma de hoja de árbol o de pastilla, con o sin barbas en su base; portando también otros dardos arrojadizos de mediana longitud conocidos como “angón”. Las espadas estuvieron reservadas para jefes y soldados de elite y su hoja era recta, de doble filo, punta afilada y una longitud de treinta pulgadas. Todos llevaban una daga o cuchillo de gran tamaño conocido como “scramasax”, cuya hoja tenía una dimensión de veinte pulgadas de largo por dos de ancho, presentando sus mesas ranuras en las que se vertía ponzoña. Junto a este cuchillo, usaban otro más pequeño de carácter meramente utilitario que raramente veía acción, por lo que también era usado por sus mujeres.
En cuanto a los francos bajo Carlomagno (742 o 743 – 814), utilizaron las mismas armas ofensivas, pero agregaron la loriga o cota de malla y el yelmo entre las defensivas, agregando la caballería a sus fuerzas.


Señala Lacombe que en la alta Edad Media el ejército de Francia estaba constituido por la gendarmería u hombres en armas, una fuerza de caballería integrada por señores feudales provistos de armadura y lanza, que eran convocados (convoquer le ban), por el rey a través de un bando, por un termino máximo de 40 días y a su propio costo. Excedido ese plazo el rey debía pagar por sus servicios. La infantería estaba constituida por siervos y dependientes de dichos señores, aunque ocasionalmente hubo fuerzas regulares de infantería comandadas también por nobles y conocidas como “sargentos de armas”. Circunstancialmente se reclutaron también voluntarios reunidos y comandados por caballeros, aunque integradas por ladrones, aventureros, sirvientes escapados del vasallaje de sus amos, así como gente de alto rango social venida a menos y por ello necesitada de empleo. Soldados de la fortuna y buenos combatientes, pero capaces de la comisión de crímenes o de cambiar súbitamente de bando por razones de mejor paga o una mayor participación en el reparto de botines.


Las espadas de la Justicia Temporal, de la Justicia espiritual y de la Misericordia, ca. 1626

En Francia, Carlos VIII (1470 – 1491), abolió finalmente el ejército feudal reemplazándolo por un ejército real pagado por el tesoro público o mediante la recaudación de impuestos. Algunos nobles ingresaron en estas fuerzas en calidad de oficiales o soldados, reclutándose a la infantería de la misma forma. Arqueros y ballesteros eran ocasionalmente convocados en tiempos de guerra y recibían un pago por sus servicios. Debían comprar su propio armamento, pero podían descontar su costo del pago de impuestos. Otras fuerzas que prestaron servicios a Francia, fueron la infantería suiza y germana compuesta por piqueros y alabarderos. También caballería integrada por mercenarios dálmatas conocidos como “estradiotas”, nombre derivado de la lanza homónima que portaban y que llevaba punta en ambos extremos, así como caballería alemana, armada de pistola y espada.
Bajo Luis XIV (1638 – 1715), se realizó la primera conscripción de soldados integrando regimientos permanentes en el tiempo, lo que continuó más tarde bajo la revolución y el primer imperio.


Armadura para campo y torneo de 1540

Realiza Lacombe una descripción de las armas medievales hasta el Siglo XI, sobre la base del Tapiz de Bayeux, que testimonia la conquista de Inglaterra por los normandos a partir de la batalla de Hastings **) acaecida el 14 de Octubre de 1066, obra de arte en la que se observan similares armas utilizadas por ambos bandos contendientes. Entre ellas el yelmo cónico de hierro provisto de protección nasal, la cota de malla o “hauberk” que llegaba casi a las rodillas, escudos redondos u ovales terminados en este caso en punta, lanza de moderada longitud con punta de hierro y sin barbas que durante la marcha se apoyaba en el estribo, maza, hacha, arco y flecha entre las arrojadizas, dagas de considerable longitud y espada larga de hoja ancha, recta y de doble filo, afilada desde el talón a la punta.


Bajo el reinado de Felipe VI de Valois (1328 – 1350) en Francia y de Eduardo III en Inglaterra, dio comienzo la tristemente célebre guerra de los cien años. Esta originó la aparición de las llamadas “Grandes Compagnies”, armadas mixtas compuestas por mercenarios que hicieron de lo militar su profesión o modo vida, en razón del alto precio que ponían y se pagaba por sus servicios y la participación exigida en el reparto de botines y recompensas. Nativos de distintos países, sin otro compromiso más que consigo mismos y sin otro interés que su ventaja personal. Incluían fuerzas de caballería, infantería, arqueros y hombres de armas, confundiéndose de esta forma gente de distinto rango social por su nacimiento, que ocasionalmente también sembraban el terror en las poblaciones.


Armadura de Carlos el Temerario

En este tiempo se observa la adopción del “haubergeon”, consistente en una cota de malla disminuida que solo alcanzaba a la cintura, así como el reemplazo del yelmo por el bacinete de forma globular, provisto de visor con o sin movimiento y orificios para la respiración, terminado a veces en forma de pico en la parte frontal. Se complementaba la protección con el “camail” que protegía cuello y hombros. La lanza larga y pesada propia de la caballería, se engrosa ahora hacia el extremo inferior y aparece un pequeño escudo que confiere firmeza y estabilidad al empuñarla, así como protección a la mano. La espada de los primeros tiempos de la Edad Media, eficiente como arma de corte será reemplaza por una de nuevo diseño solo apta para herir de punta, operando como antecedente del “rapier” y que convivió en Francia con la maza y el martillo de armas. Un magnifico grabado de Carlos el Temerario, duque de Borgoña (1433 – 1477), reproducido en la obra, ilustra junto a su armadura un ejemplar de esta espada. En Inglaterra en cambio, la nueva espada será eficiente para ambas funciones, arma de corte y punta a la vez, es decir “thrust and edged weapon”. El poder de la infantería y arqueros se incrementó, mereciendo destacarse la destreza observada por los arqueros ingleses que en Crecy (1346), 3) se imponen exitosamente a la caballería francesa. El príncipe Luis Napoleón los describe con su arco largo de cinco pies de altura confeccionado en madera de tejo, capaces de disparar certeramente hasta doce flechas por minuto a una distancia de doscientas cuarenta yardas y manteniendo un atado de flechas bajo el pie izquierdo sin recurrir al carcaj. Los ballesteros genoveses al servicio de Francia, no lograron en la ocasión disparar eficazmente sus pernos de ballesta a causa de una ingente lluvia que había humedecido las cuerdas, circunstancia que motivó una gran mortandad entre ellos. La caballería francesa cargó entonces pasando sobre los cuerpos de los genoveses, pero fue igualmente rechazada. En otra secuencia de la batalla el príncipe “negro” de Gales, ordenó desmontar a sus caballeros provistos de armadura, los que apoyando el regatón de sus lanzas en el suelo, soportaron como infantes una carga de caballería. En el siglo XV aparece como paliativo a la acción de los arqueros, el “mantlet” o gran escudo que protegía al infante en batalla conocido por los franceses como “pavise o pavas”, y que apoyado en el campo cubría enteramente su cuerpo. Cobró asimismo difusión la ballesta en sus distintas modalidades (de operación manual con o sin estribo, a palanca rotativa o con un torniquete a manivela conocido como armatoste). Prohibida en principio por el Concilio Laterano de 1139, excepto en la guerra contra los infieles (léase cruzadas), su uso se generalizó más tarde en Europa. Describe asimismo a los ingenios conocidos como “arbalète de tour” o “arcs de balista”, capaces de disparar grandes pernos y de los cuales dice, se conservan todavía dos ejemplares en el Museo de Artillería de París.


Bajo Charles VII (1422 – 1461), la media coraza se coinvirtió en coraza completa para pecho y espalda (peto y espaldar), bajo la cual se continuó usando la nueva cota de malla reducida a la cintura. El arnés de placas comprendía desde entonces protección para el torso (cuirass), protección articulada para hombros (epaulières), así como para brazos, codos y antebrazos (brassarts, coudières y avant – bras), muslos (cuissarts), rodillas (genouillères), piernas (grevieres) y pies (sollerets). Su evolución culminaría con la aparición de “gauntlets” metálicos y articulados, en reemplazo del guante de cuero usado hasta entonces.


El siglo XVI supondrá el progresivo abandono de la armadura y su reemplazo por una coraza ligera, política que lideró Gustavo Adolfo, 4) personaje histórico admirado por el autor, cuya intención fue brindar agilidad y libertad de movimientos a su caballería. En Francia este movimiento fue menos rápido y bajo los inicios de Luis XIV (1643 – 1715), la armadura continuó en uso y no fue abandonada sino más tarde, con posterioridad a 1660 principiando por la infantería y exceptuando la coraza para la caballería, que solo se arrumbaría veinte años después, con excepción de los regimientos de coraceros. No obstante este abandono, los jefes militares y dignatarios solían retratarse todavía con sus antiguas armaduras. Aparecen por entonces los “chapeaux en fer” en reemplazo del bacinete y el morrión para los arcabuceros. Los suizos por su parte enfrentan a la caballería con largas picas, imitando así la táctica de las antiguas falanges griegas. Sin embargo la pica terminará siendo lentamente sustituida por la aparición de la bayoneta, arma blanca cuya empuñadura de forma ahusada se roscaba a presión en la boca del cañón del mosquete. Su origen, dice Lacombe, sobre el cual los investigadores no se ponen todavía de acuerdo, pudo haber sido el cuchillo de montería de los españoles, utilizado en esa forma para rematar, guardando conveniente distancia, a un animal malherido por un disparo. La bayoneta evolucionará más tarde con la creación del cubo***) que permitirá fijarla en el exterior del cañón, permitiendo disparar al tiempo de contar con la bayoneta previamente armada.

Espadas y culebrina
1. Culebrina - 2. Espada alemana - 3. Estoque
4. Mandoble - 5. Malchus italiana

Describe Lacombe la compleja espada del siglo XVI en comparación con las de la Edad Media, mencionando como otros autores sus partes principales tales como espiga (soie), puño (fusse), pomo (pommeau), hombro de la hoja (talon de lame), cuerpo de la hoja (corps de la lame) y punta (pointe). Describe asimismo su complicada empuñadura de la que existen variantes, pero compuesta básicamente por una cruz con gavilanes vueltos en sentidos opuestos, aro guardamano y brazos inferiores de la empuñadura o “pas d’âne”, que tejen una canasta bajo la cruz o sostienen una taza con perforaciones destinada a trabar y partir la punta de la espada del adversario. La hoja era estrecha y aguda, valorándose y prefiriéndose las forjadas en España, especialmente en la ciudad de Toledo. Señala asimismo que las usadas por la fuerza militar fueron más sencillas, con poco más que una simple cruz de gavilanes. Otras armas utilizadas en esta época fueron: el estoque de hoja rígida y aguda conocido desde el siglo XIV, así como la daga de “miséricorde”, “dagger of mercy” o “quitapenas”, destinada a poner fin al sufrimiento de los heridos, el mandoble de lansquenete y el “cutlass” o “braquemard” de ancha hoja, corta y recta, con una simple cruz de gavilanes vueltos ambos (en este caso), hacia la punta. Una variante de este último fue el “malchus”, ilustrado por el autor con un grabado de un ejemplar italiano, cuyo puño cuenta con aro, gavilán de parada, y hoja profusamente decorada en su primer tercio, vaciada a dos mesas separadas por un canal.


El rapier usado a veces junto a la daga de mano izquierda, evolucionó hacia “l’épée de ville, town sword o civic sword (conocido como espadín entre nosotros), provisto de una variedad de hojas con aguda punta conocidas genéricamente como “verdun”, a veces con un “forte” cuadrangular visiblemente engrosado al estilo “colichemarde”, deformación del nombre de su inventor Koenigsmark.


 Se conocieron también en Francia por entonces la cimitarra y el sable, describiendo Lacombe a la primera como a un sable ligero, de hoja curva en forma de medialuna, a la que estima como favorita de los más expertos y diestros espadachines orientales.
Describe al sable como a un cuchillo de grandes dimensiones, con hoja más o menos curva, pero dotado de un ancho lomo que disminuye en su grosor para formar el filo. Al igual que la cimitarra es un arma de corte más que de punta y hace su aparición en Francia en las postrimerías de Luis XIV (circa 1710). De origen oriental fue difundido en Europa por militares húngaros y polacos. Al parecer lo portaban los húsares húngaros al servicio del Marshal de Luxembourg, lo que motivó a la postre la creación de una fuerza de húsares franceses dotados con la misma arma y vestidos a la turca. Señala que el sable, tomó finalmente ventaja en cuanto a aceptación sobre la espada, extendiéndose su uso a la infantería. Acota además que los de hoja recta, portados hoy (1868), por los coraceros franceses reciben por la tropa el apelativo de “latte” 5).


Aborda Lacombe el capítulo relativo a la artillería describiendo los ingenios militares concebidos para el campo de batalla o en ocasión de sitios a fortalezas o ciudades fortificadas, hasta la aparición del cañón como consecuencia de la invención de la pólvora. Señala a los asirios como quienes primero habrían utilizado una flecha de considerables dimensiones para penetrar muros, arma conocida por los romanos como “terebra”. Estos últimos utilizaron también el ariete, “belier o battering – ram”, que consistía en un grueso tronco de árbol en cuya punta se montaba una cabeza de carnero labrado en hierro forjado, con el que embestían paredes o murallas una vez que la “terebra” hubiese abierto el primer hueco. Contaron asimismo con la catapulta, que arrojaba dardos de seis pies de longitud con punta de hierro, rociados con un líquido inflamable. El misil tenía un alcance de cien pasos y en su trayectoria podía atravesar más de un cuerpo humano que se interpusiera en su camino. La máquina, operaba mediante cuerdas y poleas que tensaban las ramas que daban impulso al misil. La “balista” fue una variedad de la catapulta y permitía arrojar una o más piedras sobre el enemigo.


Fueron los griegos del bajo imperio los inventores del fuego que lleva su nombre, mixtura de aceite de nafta, resina, aceite vegetal y grasa, más tarde usado por los árabes en la guerra contra los cruzados. Si bien se atribuye a los chinos la invención de la pólvora, considera el autor que fueron los árabes quienes primero tuvieron la iniciativa de utilizarla para impulsar objetos y concebir el primer tubo destinado a ese fin. La utilización de los primeros cañones habría tenido lugar en Cambray (1338), el sitio de Quesnoy (1339), y el de Algeciras (1342). Sin embargo el primer cañón del que se tiene conocimiento cabal, consistió en un tubo de hierro batido con anillos de refuerzo, abierto en ambos extremos, constituyendo así el primer antecedente del sistema de retrocarga. En efecto, la pólvora y el proyectil se preparaban en un dispositivo separado o recámara, que se ajustaba a un extremo del tubo en el momento previo al disparo, asegurando la unión mediante un estribo de hierro. La recámara poseía una ventana para “dar fuego”, disparándose el cañón sobre una banquina de madera que controlaba el retroceso por razones de seguridad.


En un principio los proyectiles fueron de piedra y bajo calibre, pero hubo lombardas que disparaban proyectiles de hasta 200 libras de peso, en un proceso de carga descrito como lento y tedioso con riesgo de vida para los artilleros. En el siglo XIV las balas de piedra fueron reemplazadas por las fundidas en hierro, más efectivas contra los muros de las fortalezas. Proyectiles especiales como el “hot shot” o bala roja, previamente calentadas en un hornillo y las revestidas con cemento inflamable que se encendía con el disparo, aumentaron el poder de destrucción, así como también el peligro corrido por los servidores de la pieza.


Otra innovación fue la aparición de cañones fundidos en bronce que brindaban mayor confiabilidad, debido a las limitaciones por entonces imperantes en la fundición del hierro. La purificación de la pólvora otorgó mayor velocidad y poder a los proyectiles, a lo que se sumó la introducción de las primeras cureñas que brindaron seguridad y rápida movilidad a los cañones y requirieron la aparición de los “trunions”, muñones o apéndices cilíndricos que permitían no solo montarlos, sino brindarles también movimientos de elevación o descenso. En la segunda mitad del siglo XVI apareció el mortero, con cañón muy corto, ancha boca y ángulo de tiro elevado. Su proyectil hueco contenía una carga explosiva que se encendía con el mismo disparo o en forma separada, cuasi concomitante con el disparo del arma. Su fuerte retroceso hizo que se montaran sobre un sólido bloque de madera. Se lo consideraba riesgoso en su operación y tal vez por ello, dice Lacombe, no había una gran cantidad en servicio. En el siglo XVII hizo su aparición un arma que se le asemejaba y haría carrera llamada obús. 5) Semejante al anterior en cuanto a ángulo de tiro elevado pero con cañón más largo, observaba para los artilleros idénticos riesgos que el mortero. La llegada de los cañones rayados, requirieron que los proyectiles de hierro contaran con pernos de metal blando distribuidos en su superficie, cuya dilatación les permitía tomar el estriado.****)


Relata por fin la aparición de las armas de fuego, de puño y largas, desde el cañón de mano, la aparición del arcabuz en España durante el reinado de Francis I (1515 – 1547) en Francia, el mosquete que lo sucedió y aumentó en calibre y potencia de carga, las primeras pistolas, el rifle (de anima rayada como su nombre lo indica) y el fusil militar de chispa con cañón también rayado a partir del desarrollo y evolución del proyectil Minie, sub calibrado y provisto de una base hueca que al dilatarse le permitía tomar el estriado, hasta el fusil de aguja prusiano replicado por el “Chassepot” francés, en los que la aguja percutora penetraba el cartucho para alcanzar el fulminante. Asimismo los distintos sistemas de ignición, desde la mecha y su evolución en la llave de serpentín, la de rueda de escasa difusión por su alto costo de fabricación, su posterior reemplazo por la llave de “miquelete”, y el sistema de percusión desde sus inicios con el escocés Andrew Forsyth en Inglaterra, hasta el desarrollo de la cápsula fulminante.



                                                                                                           José Luis Mignelli



Referencias:
   
1)   Historiador griego prisionero de los romanos que trabó amistad con Escipión el joven de quién fue consejero. Es autor de una Historia General en 40 tomos de los que se conservan cinco.
2)  Rey del Epiro, venció a los romanos en Heraclea (280) y Ausculum (279), pero fue vencido por estos en Benevento (275).
3)   En Crecy (1346), Poitiers (1356) y Agincourt (1415), los arqueros ingleses demostraron su eficacia frente a la caballería francesa. Sin embargo los turcos con sus pequeños arcos recurvados y compuestos, integrados por tendones, madera y hueso con cuerdas de 60 hilos retorcidos, los superaban alcanzando sus flechas 700 metros de distancia. En una demostración realizada en 1798 frente al embajador inglés, el sultán Selim III alcanzó con sus flechas un rango de 880 metros. Dice H. A. Cirigliano que en las iglesias de Constantinopla se concluían los rezos con la formula: “Y que Dios nos proteja de las flechas turcas.” (Vid Héctor A. Cirigliano. Manual de Tiro con Arco. Editorial Del Nuevo Extremo. Buenos Aires, 2014)
4)   Segura alusión a Gustavo Adolfo de Suecia (1594 – 1632), quién introdujo reformas en el ejército y la administración, y obtuvo victorias que convirtieron por un tiempo a Suecia en una potencia militar. Murió en combate durante la batalla de Lutzen (1632).
5)  Recuérdese que se llamó también “latones” a los sables de nuestros granaderos en tiempos de la Independencia.
6)  Palabra derivada del checo “houfnice”. Como principio general son cañones los que disparan en el sector de tiro Nro. 1, con un ángulo inferior a 45° y obuses a los que disparan superando dicho ángulo en el sector de tiro Nro. 2. Llámase tiro “tenso” al de los primeros y al de los segundos “curvo”, utilizándose a estos cuando el blanco se encuentra oculto por un accidente geográfico tal como un bosque, una elevación del terreno, o una fortaleza semi – enterrada como ocurrió en Francia durante la Primera Guerra Mundial, donde se destacó el “Gran Berta” alemán. Si bien la artillería antiaérea también dispara con un ángulo de tiro superior a 45°, su tiro es “tenso” por apuntar directamente al blanco.




Llamadas:

*) Mata que crece en suelos áridos y a cuyo fruto se atribuye propiedades medicinales. Su hoja es lanceolada u oblonga.

**) La muerte de Eduardo “el confesor” quién habría prometido a Guillermo “el conquistador” de Normandía el trono de Inglaterra (promesa incumplida de la que se habría retractado en su lecho muerte), dio motivo en 1066 a la invasión y conquista de ese país por los normandos.

***) Entre la bayoneta de “taco” y la de “cubo” hubo en rigor una experimentación intermedia, la bayoneta de “anillos” descrita por el Mariscal de Puységur.

****) Más tarde reemplazados por el aro de forzamiento elaborado en cobre.

Nota: Los grabados en madera de M. H. Catenacci, son los mismos que ilustran las versiones originales de la obra en francés e inglés. 


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