sábado, 3 de agosto de 2013

Espadas históricas

Bibliografía: Arte Antiguo. Espadas históricas. Apuntes reunidos por D. Enrique de Leguina. Barón de la Vega de la Hoz. Madrid, 1898. Imprenta de Ricardo Fé. Olmo 4. Teléf. 1114.

207 páginas en 8° menor. Dos títulos: Espadas Hispanoárabes y Espadas Cristianas, en dos capítulos. Notas y Apéndice.

 

Sólo la casualidad (¿o el designio divino?), permitió que llegara a nuestras manos, desde un modestísimo puesto de libros en una vereda del Parque Lezica, un ejemplar de esta obra editada a fines del Siglo XIX. Su encuadernación amateur, con el característico lomo de cuero con nervios y tapas en papel fantasía, mantiene sus bordes intonsos a excepción del superior que ha sido dorado, como  cuadra a ese estilo de trabajo. El autor registraba acreditados antecedentes en la materia, ya que había publicado con  anterioridad: La Espada. Apuntes para su historia (Sevilla, 1885), La Caza (Madrid, 1888), Libros de Esgrima (Madrid, 1891) y Los maestros espaderos (Sevilla, 1897).

Leguina aborda el estudio de la espada desde un triple aspecto: histórico, técnico y artístico, a partir de la irrupción de los árabes en España, circunstancia conocida como marea musulmana (711 DC), la que introdujo modificaciones en las armas blancas por entonces en uso en la Península, y de la  que resultaría la aparición de la espada gineta (también llamada zeneta o morisca), indistintamente portada por caballeros moros y cristianos. Esta reunía a la tradición medieval cristiana en la materia,  las guarniciones  y el ornato del estilo oriental.

 Las mas cortas, anchas y alfanjadas, conocidas como nanmexíes, fueron en cambio portadas por el vulgo, así como las alcalaínas, birmaníes, misríes, moxerifíes, onmaníes, suleymantes, emaníes, pero también junto al  alfageme (espada corta), la aimarada (puñal de tres filos romos), la bardasa, la cimitarra (espada curva difundida en el Medio Oriente y derivada del cupis de los frigios), el montante (espada de dos manos), el faquí y la sabla turca. Todas ellas, conforme al autor, conservaron sus primigenias denominaciones orientales, sin perjuicio de haber sido labradas en la Península Ibérica y aún después de haber caído éstas en desuso.

Leguina pasa revista a las espadas existentes en repositorios como la Armería Real, o mencionadas en Inventarios de armas de colecciones privadas, tales como el Inventario de Beltrán de la Cueva y el de Doña Isabel y Doña Mencía de Castro. Una exposición meramente enunciativa,  permitirá citar a modo de ejemplo, la espada, el estoque y el puñal de orejas del Rey Boabdil, las espadas del Marqués de Campo Tejar, de Fernando V,  del Marqués de Dos Aguas, del caudillo Aliatar que fue Alcaide de Loja y murió en la Batalla de Lucena, del Duque de Alba y de Don Juan de Austria, hermano bastardo de Felipe II con el que tan buenas relaciones mantuvo siempre, al punto de confiarle el mando de las fuerzas cristianas en la Batalla del Golfo de Lepanto frente a Turcos y Berberíes (1571).

En el segundo capítulo aborda el Barón de la Vega de la Hoz el estudio de las espadas cristianas, describiéndolas con minucioso detalle en sus dimensiones, mesas,  punta, filos, canales, recazo, pomo y puño; así como las volutas, lazos, puentes y patillas de sus arriaces; pero también artísticamente, sin olvidar la distinción entre las meramente cortesanas y las de combate, con su historia y/o leyendas que las rodearon. Cita aquí en primer lugar a la “Durandall”  de Roldan y otra  espada falsamente atribuida al Par de Francia, conocida como la “Joiosa del bel cortar”, depositada en la Armería Real y que ostenta en su arriaz las armas de  Castilla y León. Menciona a continuación a la “Joyosa” de Carlomagno, la “Balisarda” de Renaldo de Montalván, la “Murgleis” de Ganelón, la “Hauteclaire” del Conde Olivier, la “Almace” del Arzobispo Turpin, la “Preciosa” de Emir Baligant y la “Escalibort” de Artús *) que extrajo el mítico rey de una roca.

En lo que hace a historia cierta y  tierras españolas, relata las vicisitudes corridas  por el Cid Campeador Ruy Díaz de Vivar, para primero ganar y después recuperar de  sus apropiadores las célebres “Tizona y Colada”. Con la asistencia de estudiosos e historiadores, nos ilustra acabadamente sobre las espadas de los Reyes de Aragón,  la de San Fernando con puño y pomo en cristal de roca y  que, depositada en la Real Capilla de la Catedral, era llevada procesionalmente en las honras fúnebres sevillanas y en la fiesta de San Clemente. La espada de Fernando V, del Gran Capitán Don Gonzalo Fernández de Córdoba, la falsa espada del Rey de Francia Francisco I, cuya devolución solicitó Murat a España y fue complacido, sin conocerse por entonces que era una réplica labrada por Eusebio Zuloaga en Valencia, y no la  que el rey francés había rendido en Pavía en 1525**) La auténtica habría sido extraviada, como mas tarde concluirían  los expertos. Las espadas de Carlos V, consistentes en un montante obsequio papal, un mandoble forjado en Zaragoza, una espada labrada por “Sebastián Hernández el viejo” de Toledo y una cuarta atribuida por algunos a “Benvenuto Cellini” y por otros a “Antonio Piccinino”, regalo que le habría sido ofrecido al emperador en ocasión de una visita a Milán. La espada  de Francisco Pizarro, cuyo descendiente el Marqués de la Conquista ofreció en Badajoz al escocés Juan Downie, Teniente Alcalde de los Reales Alcázares de Sevilla, para con ella enfrentar a las fuerzas napoleónicas a principios del Siglo XIX, al mando de su Legión de Extremadura.

Una mención especial merece la espada de Alfonso II que conforme a un relato encontró Berenguer de Vilardell junto al dintel de su puerta en reemplazo de la suya. Capaz de cortar un tronco de árbol de un  golpe y matar a un dragón que asolaba la comarca, aunque al precio de la propia vida; pero que conforme a documentación fidedigna fechada  en Barcelona en 1285 vendió a  Alfonso II  por 2.040 sueldos.  La espada de Santa Catalina, a la que se atribuían propiedades curativas por lo que pasaba de casa en casa cumplimentando esa acción benéfica. Esta lleva grabada en el  pomo la leyenda “Ave María gratia plena” y sobre el arriaz “Dios vence de todo”. Siendo materia de polémica la época en que había sido forjada, esta circunstancia permite al Barón relatar la historia y evolución de la espada (en general), desde el Siglo XI al XIV (Págs. 122/126), para concluir datándola en ese último siglo en razón de su estilo.

Sin perjuicio de abundar en más espadas y personajes famosos, concluye el trabajo con ilustrativas notas - referencia y un listado que reúne alfabéticamente los nombres de 222 célebres espaderos españoles.

 
José Luis Mignelli
 
 
  *)  Excalibur del Rey Arturo.

**) Ciudad de la Lombardía. Victoria de Carlos V sobre Francisco I de Francia, en la que este cayó prisionero de los españoles en la fecha arriba citada.
 
 
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